Actualizado 22/10/2016 02:14

Firma invitada | Un recuerdo molesto. ¿Para qué sirvió el 12 de octubre?

Por Rodrigo Escribano Roca, investigador del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos*.

MADRID, 22 Oct. (Notimérica) -

12 de octubre, tragedia pública con tintes de comedia vieja, alegoría elocuente de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que pretendemos ser. Pasados unos días, es posible sustraerse de la bacanal patria y mirar con perspectiva. Se nos viene a la retina una orgía confusa de imágenes sin tiempo: Rodrigo de Triana grita ¡Tierra!, marchan los descontentos contra el Imperialismo por el paseo de Gràcia, los hombres de Cortés arrasan Tlatlelolco, la cabra rojigualda desfila ante una wiphala colorida. Demente sinsentido, repleto de sentidos contrariados: trifulcas subterráneas, ediles rebeldes, colones denostados y mucha gente en casa. Entre bastidores, amparados en el ruido y el delirio colectivo, los viejos partidos negocian las condiciones en que claudica la España que tal vez pudo haber sido.

El pasado miércoles asistimos, una vez más, a la escenificación de un vínculo mágico, todavía incomprendido, que conecta el pasado recordado, el presente vivido y los múltiples futuros imaginados. No es necesario usar de perspicacia para apreciar que las violentas disputas sobre el sentido del 12 de octubre (¿gloria nacional o genocidio colonial?) remiten a los conflictos territoriales, civiles y sociales que hoy ponen en cuestión la existencia misma de España como proyecto político y como comunidad nacional. Las viejas cicatrices y las heridas sangrantes se dieron cita en la arena pública, y cada cual rescató del olvido la memoria que convenía a su voluntad y a su interés. La historia plural, problemática y ambivalente que se esconde detrás de la fecha rememorada, quedó fragmentada en un conjunto de relatos simplificadores: desde un autocomplaciente nacionalismo hasta las no menos parciales retóricas de la resistencia y el genocidio.

   El discurso oficial vertido desde los órganos gubernamentales y desde algunos medios hace evidente la instrumentalización del "Descubrimiento" por parte del nacionalismo español. Es un fenómeno viejo: desde el siglo XIX las historias nacionales modelaron una serie de relatos sobre el descubrimiento, la conquista y la colonización de América con la intención expresa de convertirlos en sostén de un cierto consenso nacionalista. Si otros referentes históricos como la Monarquía, el parlamentarismo o la religión no podían poner de acuerdo a liberales, conservadores, republicanos o monárquicos, la historia de cómo "España" supuestamente había descubierto y civilizado a todo un continente ofrecía los ingredientes necesarios para un precario acuerdo de memorias. De ahí, en buena medida, que la fecha marcada como fiesta nacional (Día de la Raza, luego de la Hispanidad) fuera el 12 de octubre. Los historiadores e intelectuales liberales se dedicaron a reivindicar la labor civilizatoria de España como madre de naciones y el carácter legalista, humanitario, democratizador e integrador de su colonialismo. Los conservadores y más tarde el franquismo, añadieron a esta lectura elementos castrenses y religiosos, loando el papel de España como evangelizadora y Madre espiritual. La Transición reactualizó el relato sin alterarlo en su esencia, moderando sus alusiones a los hechos violentos, esgrimiendo el olvido ante las inconveniencias de las muertes a millones, renunciando en parte a la retórica de la civilización y reivindicando el vacío y esquivo concepto de "encuentro". España se ha presentado como un inocuo puente entre Europa y América. Este relato colonialista y nacionalista ha ofrecido importantes ventajas narrativas: aparece un país unido, disfrazada su pluralidad, se acrecienta el prestigio internacional del mismo y se defiende su papel en la Historia Universal.

   La otra cara de la moneda la encontramos en los discursos anticoloniales basados en las ideas de genocidio y resistencia. Estas corrientes han planteado un relato contrario, no menos poético, parcial y subjetivo. Poniéndose del lado de las llamadas "víctimas del colonialismo", los actores de la emergencia indígena, una parte de las fuerzas de izquierda y una larga ristra de intelectuales (Galeano, Bengoa, Dussel, Mignolo, Retamar, etc.) han defendido que España fue el primer agente del imperialismo europeo, que cometió un genocidio físico y cultural y que debe pedir disculpas ante los pueblos colonizados. Según esta corriente, el país ibérico, representado como un Estado colonial militarizado y unitario, atentó contra la identidad esencial de las culturas indígenas e inició un proceso de exterminio y control, solo contrapesado por la heroica resistencia de las mismas. Este relato sitúa a España como un agente de barbarie y de violencia, que habría desarticulado civilizaciones avanzadas, pacíficas y unidas frente al invasor.

   Ambas interpretaciones son constitutivamente coloniales (se les añadan los prefijos que se quieran), porque ambas parten de una visión dual que contrapone a "colonizador" y "colonizado", a los "españoles" y los "indígenas", a "México" y "España", a "América" y "Europa". Todos ellos aparecen como sujetos históricos irremediablemente enfrentados. Ambas visiones ocultan la diversidad constitutiva de un tiempo en que España no existía como Estado-Nación, sino como conjunto de reinos y sociedades heterogéneas, en que no existían indígenas, sino múltiples comunidades de enorme complejidad político-cultural (aztecas, mapuches, quechuas, tlaxcaltecas, guaraníes, incas, tojolabales, lacandones y un largo etcétera). Visiones parciales al servicio de intenciones y polémicas cortoplacistas. Descolonizar el relato del 12 de octubre y de sus secuelas debe pasar por cambiar el sujeto de nuestras historias, por humanizarlo: de las naciones y los pueblos convendría poner el foco en las personas, en los seres concretos que participaron los procesos terriblemente violentos que desencadenó la llegada del marino genovés. Mirar sin lentes coloniales o anticoloniales este pasado nos abriría una compleja historia de negociaciones, hibridaciones y conflictos cuyos bandos no se definen por la pertenencia a una cultura sino por una intrincada red de relaciones interétnicas de poder.

   Una reflexión de tamaño calibre requeriría de un ejercicio institucional y cívico de memorialización e investigación que ya se está realizando en otros países del espacio atlántico. Sus implicaciones irían más allá de cualquier celebración o acto de contrición, nos permitirían pensar desde la profundidad y en el largo plazo quiénes fueron, quiénes somos y quiénes queremos ser. Tendrían la potencialidad de convertir nuestras amargas luchas de memoria en una reflexión sobre el devenir de las democracias occidentales y sobre la obsolescencia de los Estados-Nación como marcos de participación política y pertenencia identitaria. Repensar el 12 de octubre serviría de mucho.

   Algunos, por otro lado, han propuesto el traslado de la fiesta nacional a una fecha "consensuada", capaz de reagrupar las sensibilidades de los españoles y que, como pidió Juan Carlos Monedero, "no moleste". Hace ya un año Íñigo Errejón proponía resituar el festejo nacional el 19 de marzo, para conmemorar el momento constituyente de Cádiz, en 1812. Nadie puede negar que la llamada "Pepa" es un punto referencial en la historia del liberalismo español. Pero el líder político callaba que esta Constitución limitaba la ciudadanía a grandes masas de población en razón de su ascendencia africana o de su género. También olvidaba que la Constitución que se pretendía de todos los españoles de "ambos hemisferios" ofreció una representación muy limitada a los reinos americanos, impulsando la independencia. Ni mencionar tiene que ese mismo texto inicia la tradición de una larga serie de constituciones que hasta la del 78 no le dan una solución satisfactoria al problema de la articulación territorial del país. Como vemos, cualquier fecha elegida puede ser objeto de debate y de crítica. La cuestión es aprovechar dicho debate de manera constructiva.

La historia es libre, casi promiscua, se encama con cualquiera que sepa camelarla con retórica e imaginación. Los hechos y acontecimientos que ofrece, múltiples e inabarcables, pueden coaligarse para ofrecer mil sentidos distintos: precisamente eso es lo que sucede desde hace ya más de 500 años cada vez que se actualiza el recuerdo del 12 de octubre. Amante caprichosa, la historia no se casa con nadie, no permanece atada a un relato único, no jura fidelidad: por eso sirve para pensar. La historia está, precisamente, para "molestar" lo más que se pueda. En nuestra mano queda aprovechar estos momentos de remembranza para sustituir las proclamas por reflexiones creativas que nos permitan imaginar genuinos futuros de libertad común. Nadie puede apropiarse del pasado, de los pasados.

    *Rodrigo Escribano Roca es investigador del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos. Personal docente investigador en la Universidad de Alcalá, desarrolla una tesis doctoral con el título "Historias del viejo Imperio. El mundo americano de Antiguo Régimen en el pensamiento historiográfico de España y Reino Unido (1883-2015)" https://uah.academia.edu/RodrigoSeminario